domingo, 25 de julio de 2010

DÍAS EN MOSTAR (II)



Dejaba el relato de nuestra estancia en Mostar, y todo lo que ella ha conllevado, en el momento en el que me disponía a comprar una camiseta de la selección Bosnia de futbol; ese hecho banal y desprovisto de cualquier connotación que pudiera otorgarle la mas mínima relevancia ,fue lo que me permitió conocer a Goran.

Goran regentaba un pequeño puesto con equipaciones de futbol, bufandas y banderas, como cualquiera de los que nos encontramos en las inmediaciones de un estadio los días de partido; era un hombre corpulento, alto y bastante pasado de peso; reparabas rápidamente en los dos tigres que llevaba tatuados en los antebrazos, aunque en cuanto articuló dos palabras lo que nos llamó necesariamente la atención fue su rostro demacrado y sus ojos fuera de órbita.

Le inquirí sobre si vendía material auténtico o lo que allí exhibía eran meras imitaciones, a nuestro amigo bosnio no le agradó especialmente la pregunta y me contestó en un perfecto inglés "¿cuanto vale esa camiseta de los Lakers que llevas puesta?", yo le expuse que me la habían regalado (aún encima soy seguidor de los Celtics), pero el insistió en un tono casi agresivo "¿que dinero habrá pagado el que la compró?", y la verdad no quería ponerme a discutir con aquel tipo de los euros que mi ex novia se habia dejado en la camiseta de marras, que seguro que tampoco eran tantos y simplemente le dije "déjame probar la talla L".

En cuanto saqué la cartera llegó la distensión a aquel puesto de venta, me explica amablemente que esas camisetas en Sarajevo las vende como auténticas pero que se trata de una réplica perfecta y que no veré en Mostar ni una sola original. Cuando llegó el momento de pagar le dije que mis euros tampoco eran auténticos, que era el intercambio justo dadas las circunstancias, de forma sorpresiva mi peculiar interlocutor empezó a dar unas carcajadas dignas de cualquier película de terror. Con la actitud propia de quien aprovecha cualquier detalle para escapar de su rutina cerró su pequeña tienda y se vino a tomar unas cervezas con nosotros.

Supimos después de dos horas de conversaciones de todo tipo y objeto, que Goran perdió a su padre en el frente y que su madre y su hermana habían sido asesinadas durante la guerra en Mostar, en su propia casa, le atormentaba especialmente no saber quien las mató y que tal vez sus asesinos sigan paseándose por la ciudad, una circunstancia que el decía seguir investigando 16 años después y que ofrece una idea de la necesidad de venganza como el pilar fundamental de su vida. Él no estaba de acuerdo con la paz, había soñado un país libre para todos y le superaba el hecho de que ese país se viese reducido a su barrio musulmán de escasamente unas 2.000 personas, cualquier salida casual de ese limite era de imprevisibles consecuencias y la mayor muestra de que la fecha oficial del fin de la guerra en el año 95 era una falacia.





Empezaba a caer la noche en la ciudad y las historias de mi nuevo amigo no tenían fin, afortunadamente la charla siempre discurrió con un cierto tono jocoso y una palmaria reciprocidad de información sobre nuestras vidas, imagino que se debió sentir realmente cómodo con nuestra presencia ya que nos invitó a cenar a su casa. Su hogar era una pequeña vivienda taladrada por las balas, obviamente aquí no íbamos a sacar ni una foto pero si la entrada era sobrecogedora, ver los agujeros correlativos en el minúsculo salón no tenia parangón con nada de lo que observabamos en las calles, relacionar aquella habitación con la terrible historia que hace unas horas nos había contado Goran supuso un shock para nosotros.


Afortunadamente la locuacidad del anfitrión nos permitió abstraernos del entorno, algo que no consiguió con su bienintencionada cena, de nuevo arroz y carne picada; cuando el reloj se fue casi a las doce de la noche volver a Dubrovnik con el cansancio y cervezas acumulados se tornó un gran problema que aquel hombre detectó enseguida ofreciéndonos pernoctar allí. Es habitual por aquellas tierras hospedarse en lo que llaman "Sobes" (habitaciones dentro de su propia casa) dada la carencia de plazas hoteleras y la peculiar manera de entender el turismo de los oriundos de la zona, así que la invitación fue aceptada con total naturalidad.

Soy una persona a la que le cuesta conciliar el sueño en condiciones normales, con lo que en ese contexto sufrí deliberadamente para descansar. Cuando nos dimos cuenta la luz ya entraba tímidamente por la ventana y Goran cantaba algo indescifrable en la ducha, era el momento de levantarse y nuestro amigo tenía una última sorpresa, el Talbot rojo aparcado enfrente de su puerta era el antiguo coche de la familia, y con una sonrisa de oreja a oreja nos invitó a dar una vuelta por los pequeños montes que rodean a Mostar.





La vuelta turística se completaba con comentarios del tipo "aquí mataron a mis vecinos" o " en este enclave hicieron una emboscada a los serbiobosnios", realmente a estas alturas ya no les daba especial relevancia a estos relatos, la guerra parecía haber estado conmigo mucho más tiempo que apenas un par de días y la adaptación del ser humano a cualquier entorno era una máxima indubitada.




Goran tenia que volver a abrir su pequeño negocio y nosotros regresar a Dalmacia, todavía nos quedaban un par de jornadas de viaje por Montenegro. Un efusivo abrazo y el intercambio de todo tipo de números, correos y demás sellaron nuestro agradecimiento.

Quisimos hacernos una foto con él de recuerdo pero no lo permitió...la situación en Mostar sigue teniendo muchos misterios para el extranjero.

8 comentarios:

  1. La experiencia con Goran fue algo realmente increible, impactante. Creo que es difícil que pueda volver a vivir algo similar. Salvador Vial P

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  2. Como dice Jorge, buen relato...
    Al final vas a ser un buen escritor y todo! ;)

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  3. Excelente. Pude recrear la situacion al 100%. Mi mñana es mejor gracias a este relato. Kike.

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  4. así es como se ha de hacer turismo! bonita historia Pepe. Nowel. (pdta: el underground lo tengo q releer, demasiado para una sola vez)

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