domingo, 28 de junio de 2015

TON-UP BOYS (I)


Mi primera incursión oficial en el periodismo bonzo pasa por una tarde lluviosa de principios de marzo de 2015 en la zona 6 de Londres. De casi todos es conocida la estratificación geográfica de la capital de Inglaterra, porque muchos de nuestros emigrantes y sus visitas sufren la 2 y, en mayor medida, la 3. Había estado la noche anterior tomando unos british bulldogs con mi padre –no le temblaba el pulso de 73 años cogiendo un vaso ancho con vodka tintado por licor kahlua, que desgraciadamente es el coctel más desconocido para un barman del Estado español-, y amanecí con una leve resaca, como si mi realidad la percibiese a través de la neblina del Támesis en un día de otoño. El sol salió timorato a primera hora de la mañana entre esas nubes hipertrofiadas tan típicas de isla, para después quedar obliterado por un cielo plomizo que comenzó a jarrear agua sobre la piedra que pisaba. Me despedí de la familia y fui a la cita que siempre había postergado por variadas razones en el Ace Cafe. Recogí a Fernando, el clásico barcelonés de zona alta templado en cada gesto, cerca de su apartamento de Swiss Cottage, y trazamos el trayecto tras un par de diagramas en el mapa de ferrocarriles. Unos cuarenta y cinco minutos más tarde, bajo la misma agua, tenía enfrente el trébol negro señera de las motos cafe racer.



Yo sabía adónde iba, pero la gran mayoría de vosotros no. Así que lo ilustraré, y para ello me tengo que remontar al horror: la Segunda Guerra Mundial selló para siempre la atrocidad en nuestro código genético. Tan solo veinte años más tarde de la Gran Guerra, un psicópata comandó a Alemania en la absurda idea de galvanizar el mundo bajo una esvástica… y casi lo consigue. Millones y millones de muertos mediante, en unas cifras pornográficas que no deberían ser reproducidas ni con un teclado, el bando aliado ganó la contienda allá por 1945. Pero habían perdido todos. Y con Hiroshima se derrumbó el último rasgo de humanidad de esta civilización. La magnanimidad de los vencedores cayó con una bomba atómica que barrió de la existencia a la indefensa población civil. Lo aterrador es que no se hizo como parte de una solución final secreta orquestada por unos cuantos comandantes nazis presos de la banalidad del mal, sino que los quince kilotones explotaron en suelo japonés en riguroso directo para las masas vindicativas de Pearl Harbour. ¿Qué joven de los años cincuenta podría asumir el dictado de una generación precedente deslegitimada ya para siempre? El FIN, con mayúsculas de relevancia, estuvo presente en la sociedad desde el obituario genocida. Y que a nadie se le pidan demasiadas explicaciones con tal premisa cotidiana. Por eso en la incipiente sociedad de consumo que surgió tras la sinrazón, llegaron las subculturas juveniles, de las que algunas acabarían convirtiéndose en contraculturas.

Con un paraje urbano todavía erigiéndose sobre sus ruinas, el crédito financiero comenzó a fluir exangüe entre los jóvenes ingleses. La motocicleta de antaño era un distintivo casi señorial, pero los postadolescentes de Londres lograron cimentar su anhelo material en las primeras cafe racer: pequeñas carenadas con mimimalistas chasis, estriberas, y colines destinados a un aligeramiento general de la máquina. No había dinero para un coche, ni tan siquiera para una lambretta o una vespa como las que exhibirían sus némesis: los mods. Y ahí emergió colérica la figura del ton-up boy. El apelativo definía a cualquier chaval que lograse llevar uno de esos cacharros artesanos por encima de cien millas a la hora (160 km/h).

Abrí la puerta del Ace Café, y a partir de aquí solo haré de escribano de la historia que me contó el manager del local: un tipo desgarbado con coleta, gafas, y un cierto aire intelectual. Un cuarentón de… Coruña. «Vine por la música y me quedé por las motos».

Seguimos.

JM

miércoles, 24 de junio de 2015

PERIODISMO BONZO


Tenía ganas de meterle mano al blog en el sentido más lascivo de la expresión. A rebufo del programa radiofónico heredero del espíritu de esta modesta iniciativa, los canales de comunicación de Derecho de Resistencia fluyen como si se les hubiese aplicado el cateterismo del mejor cirujano, y las idas y venidas de cuestiones entre oyentes/lectores son vertiginosas para dos individuos que, de momento, solo tienen un par de horas quincenales en una emisora libre de Barcelona. Por ello, me animo a abrir una nueva sección escrita: Periodismo Bonzo.
 

Hace escasamente un mes y tras uno de nuestros cortes de locución, le comenté a una vieja amiga que lo que iba a desarrollar en las ondas siempre tendría algo que ver con mi vida, con una suerte de periodismo gonzo, a colación del apelativo del gran Hunter S. Thompson para su forma de narrar los reportajes. Os libero de acudir a cualquier fuente de internet para comprender de qué se trata. Me refiero a ese subgénero del Nuevo Periodismo de finales de los sesenta en Estados Unidos que, a diferencia de aquél, convertía al investigador en propio sujeto activo de la noticia. Interesaba más el contexto que el objeto mediático, e interesaba más la reflexión hiperbólica que la información aséptica. Parecía conjugar sin máscaras muchos de los tics que hoy atrofian nuestros medios de comunicación, salvo que era tan políticamente incorrecto como su creador. Así que todo acabó con el Doctor Thompson —como le gustaba ser nombrado— volándose la cabeza en su rancho de Aspen en el 2005. Debió de ser difícil aguantar el personaje del periodista gonzo toda una existencia, principalmente porque como él dijo: «lejos de recomendar una vida de drogas, demencia y violencia, pero sin ellas yo no sería nada».

Entonces, mi querida amiga no comprendió bien el vocablo y sentenció: «me suena a quemarte a lo gonzo». Con su explicación aludió a una idea cercana a la que yo le quería transmitir: situarse en el centro de la noticia muchas veces te quemaría vivo literalmente. Bien, me consta que estaba cansada tras diez horas de papeleos no demasiado fructíferos, pero me quedé con su lapsus freudiano para denominarlo, ya correctamente en cuanto a mi concepción, periodismo bonzo. Tan incendiario como un monje budista inmolándose en 1963 en pleno centro de Saigon para denunciar el régimen tiránico de Vietnam del Sur.

Nunca llegué a estudiar Periodismo en Santiago de Compostela, porque mi nota de corte se quedó a escasas décimas de la requerida para incorporarse a la que, allá por el año 2000, creo que era la carrera con menos plazas ofertadas en relación a su demanda en toda Galicia. Curiosamente, yo sufrí lo contrario que el resto de alumnos, mis guarismos en selectividad eran bastantes mejores que los que me regalaron en BUP y COU aquellos profesores con discursos hegemónicos y recalcitrantes. Temo que debieron de captar mi opinión sobre ellos en algún momento de mi adolescencia. Acabé haciendo lo que nadie quiere hacer: Derecho. Por algo allí no existía nota de corte. Desde la distancia el oficio de periodista me parece denostado hasta el absurdo, excepto esos valiosísimos y escasos medios no sometidos a jerarquizaciones y lobbies de poder. Sin embargo, fui un estúpido por no andar con una libreta o una grabadora por los vericuetos que me llevó la vida hasta el día de hoy, 24 de junio de 2015. Lo que tendría ahí plasmado… Al fin y al cabo, Hunter S. Thompson tampoco estudió la carrera. Aunque yo puedo aseverar que lejos de recomendar una vida de drogas, demencia y violencia… cualquier persona sería mucho más sin ellas. Salvo tú, gonzo.

Me adecuaré a las extensiones necesarias de un blog con su lectura cotidiana y displicente, y esto ha de conllevar que muchas veces cuelgue el texto por entregas.

Seguimos.
JM

miércoles, 27 de mayo de 2015

DERECHO DE RESISTENCIA EN LA RADIO

Cómo ya es vox populi entre los seguidores del blog -que, ciertamente, estaban descuidados y faltos de entradas regulares-, tenemos un nuevo programa radiofónico que lleva el espíritu de estas letras a las radios libres. Desde hace un par de semanas, Derecho de Resistencia es una realidad que viene sedimentada en el mismo afán que hace años motivó la apertura de este pretencioso espacio para escribir. Junto con mi compañero JOTA, estoy desarrollando una miscelánea bastante esquizofrénica que conjuga la denuncia social, análisis paranoico-crítico de lo que nos viene en gana, la música fuera del mainstream, herramientas legales para la ciudadanía, y humor... bastante humor. En este devenir vital el periodismo bonzo -acuñado así por un error de una oyente- será una de los ejes sobre los que gravite nuestra empresa, y por ello ya nos hemos puesto a investigar y a ser propios sujetos activos y pasivos de... noticias. ¿Dónde nos llevará la iniciativa? No sabemos si a la Audiencia Nacional en Araña IV, pero creemos que es solo la primera piedra de un proyecto comunicativo importante. Superamos un blog y acabaremos superando un programa radiofónico. Estoy seguro. Todos los miércoles de 16:00 horas a 18:00 horas en 104.5 FM y en el emisor online de Radio Bronka, cada dos jueves de 22:00 horas a 00:00 horas pasarán una repetición por los mismos canales.

JM
 

Y ahora los links:

Primer programa: https://archive.org/details/derechoderesistencia6demayode2015
Segundo programa: http://podcast.radiobronka.info/?p=7522

Página de Facebook: https://www.facebook.com/pages/Derecho-de-Resistencia/142957575729389?ref=hl

Twitter:https://twitter.com/Resistencia1045

miércoles, 8 de abril de 2015

Grand Theft Auto: Vice City

Catorce años atrás yo era un postadolescente cuya vida no difería demasiado de la de cierto tipo de postadolescencia. Uno de los rasgos comunes en esa época tan luminosa y oscura era pasar muchas horas delante de un televisor jugando al Grand Theft Auto entre amigos y otras tantas cosas. La segunda parte en 3D del videojuego de Rockstar nos llevaba a Miami, de la cual no tenía más referencias que el pelo engominado de Don Johnson y unas cuantas lanchas rápidas surcando la bahía de Biscayne, que parecía que albergaba mucho vice. La capital de Florida estaba tan lejos de mi vida y de la de los míos... a pesar de que creyésemos que todo el mundo giraba concéntricamente alrededor de nosotros. Y es que vivir en Vista Alegre otorga algo de ingenuidad que seguro no sufrían los oriundos de Liberty City, Overtown o Little Haiti, escenarios recurrentes en la Play Station. Los gallegos resolvíamos nuestros problemas a nuestra manera y, por mucho bull terrier moteado y pendientes plateados que luciésemos, mi entorno no solía cargar una glock 34 para liquidar al tipo que no paga sus pufos de crack. Si es que ni había crack.



En persona, la Miami con resaca del Ultra me ha parecido una ciudad abrasada por el sol y congelada por el aire acondicionado, dividida hasta el infinito, volátil, caprichosa, y con parajes tan bellos como artificiales. El lugar en el que "todos odian a todos" y puedes elegir entre ser un idiota o un loco; al menos ahí se acaban las opciones en South Beach. No conocía de primera mano una gran metrópoli donde, en apenas una generación, la población venida de otro país, con otra cultura y otra lengua, haya desplazado a la masa anglófila que la ocupaba. Aunque solo en una medida falaz. Los americanos ya no detentan la apariencia del poder y la cuestión no es baladí para una urbe señera de Estados Unidos, pero como bien nos iluminó Foucault, la microfísica de ese poder es casi infinita y la disyuntiva se percibe con pasear tres días por Ocean Drive, el Art District o Brickell. Además, uno tiene la sensación de que el proceso no ha hecho más que empezar: a la ingente masa de cubanos integrados a martillazos desde el Éxodo del Mariel -cuanto daño ha hecho ese gusano que interpretó Al Pacino-, se le suman todos los latinos que no pueden encadenar dos frases en español sin llamarle clams a las almejas. Simple ejemplo.

Ahora, la comunidad afroamericana, con la que tanto empatizaba disfrutando de aquel grandísimo videojuego de Tommy Vercetti, sobrevive en un tercer grupo de exclusión cuando, por tradición, siempre lo hizo en el segundo. Es que, si hablo de América haciendo un ejercicio de desproporcionada generalización... solo teníamos negros y blancos. En Miami no sabría donde colocar a esa comunidad cubana furibunda y republicana que, sin embargo, no tiene silla para la tea party de los anglos. Entretanto, a 92 millas se atisba el levantamiento de un bloqueo genocida para sus antiguos compatriotas, porque creo es imposible que los sigan considerando tales si porfían para que la isla siga obliterada bajo las barras y estrellas. Y soy de los que temo que esta supuesta nueva apertura acabe en la enésima colonización yanqui. Pero no me gusta generalizar, tal vez solo fue mi experiencia, o tal vez no. Consuela que los haitianos de Little Haiti no se hagan pasar por franceses y hablen con orgullo una de las lenguas más rudimentarias del planeta: el criollo. Es más, sospecho que buena parte de sus jóvenes habitantes querrían emular al original gangsta afroamericano. GTA II, nada ha cambiado desde entonces en Liberty City.


Las fotos, como siempre, son propias y desde mi modesto móvil. 

Palabras de una soporífera tarde en Santo Domingo.

domingo, 24 de agosto de 2014

NECESITAMOS A NIETZSCHE: EL ESTADO DEBE MORIR.

Los días de asueto estivales dan para mucho. ¿Que se te viene abajo el plan para tomar esa copita con esa chica? Pues yo me pongo a hablar de nihilismo un sábado a la noche y no me pongo ni colorado. Y que me lea quién quiera o quién pueda. Eso sí, que nadie espere una patente de corso sobre un tema tan complejo, del que hablo sobre las reminiscencias de mis antiguas lecturas, y con una inspiración tan mundana como la que ofrece mi pregunta.

Contemplo horrorizado la dinámica belicosa que se está desarrollando en tantas localizaciones durante los últimos meses. Y no es un patrimonio exclusivo de estados en vías de desarrollo o subdesarrollo. Ahí tenemos a los europeos de facto: ucranianos y rusos matándose entre sí, y llevándose por delante existencias tan ajenas como las que iban en el vuelo de Air Malaysia. Debiéramos entender que cualquier atrocidad que suceda en cualquier latitud terrenal tiene sus consecuencias para todos, SIEMPRE, aunque demasiadas veces no las percibamos. Compartimos especie.

Y por eso, con apariciones tan fulgurantes como la del Estado Islámico, no diferente en exceso del «For God and country» estadounidense, pienso en qué poco hemos escuchado el «Dios ha muerto». Aunque el aforismo fuese acuñado antes por Hegel, recogía el supuesto paso a la modernidad, la derrota de lo apolíneo frente a lo dionisiaco, y no por falta de virtudes del primer atributo, si no por su intangibilidad en un mundo donde la moral de los esclavos se contenta con una recompensa ulterior meramente ficticia. El cristianismo obliteró valores naturales para colocar por encima lo pecaminoso y la culpa, y cuando poco a poco parece que íbamos sacándonos el lastre de esa herencia judeo-cristiana, llegan nuevos cruzados, pero esta vez con turbantes y ak-47. Al otro lado también hay estrellas de seis puntas marcando objetivos civiles en Gaza. El budismo parece demasiado digno e higiénico para compararse a estas creencias. Y, con todo esto, algunos iluminados decían que ya estábamos en el postmodernismo. Mismamente, Tom Wolfe señaló hace una década que con la neurociencia se mataría el alma, y hoy seguimos remitiéndonos a nuestro supuesto lado incorpóreo cuando queremos hacer trascendente un simple comportamiento humano guiado por mecanismos neuronales con sus correspondientes sinapsis.

A finales del siglo XIX, Nietzsche, el Polaco -como le hubiera gustado que le llamasen-, sintetizó varios conceptos dentro de su caótica obra y exposición, que han de cobrar renovada vigencia cuanto antes. Y nada más lejos del torticero uso que le dio el nacionalsocialismo germánico. Una nueva transvaloración de los valores ha de llegar, si en su día se pretendió renegar de la falaz vida tras la muerte para afrontar los acometimientos de lo real, y parece que más de un siglo después el éxito ha sido nulo, debemos volver a alzarnos contra cualquier resquicio de religión que sirva de excusa para acabar con nuestro devenir terrenal. Pero hay mucho más, no sé si Nietzsche leyó a Stirner, seguramente sí por proximidad geográfica y temporal, pero ambos nos recuerdan la necesidad de sublimar el YO cuando el Estado no funciona. Así, las asociaciones de egoístas, como fueron denominadas por el segundo, vendrían a significar bajo mi modestísimo punto de vista el verdadero übersmench acuñado por el primero. Se equivocaron al traducirlo como superhombre, porque según he podido comprobar en alemán estaríamos hablando de sobrehumano, algo inalcanzable para un solo ser. Y como lo humano ha demostrado estar bajo el control de banderas, o símbolos tan estúpidos como una cruz o una media luna, considero que el verdadero superhombre solo puede venir de la mano de la colectividad anarcoindividualista. Así de apasionante: dos conceptos en aparente contradicción que se unen para dar la razón a muchos de los apuntes del viejo Nietzsche. Como él proclamaba: fuera culpas, remordimientos, sentimientos vengativos y demás atribuciones morales serviles... y que esa voluntad de poder, que creyó ver indeleble en nuestra especie,complementando las teorías evolutivas de Darwin, se satisfaga dentro de la creciente autogestión de personas con orgullo intrínseco por considerarse tales. Aceptando su carácter perecedero en eterno retorno. Sin filias ni fobias: sin dioses. Juntos y egoístas. Conquistando espacios cada vez más grandes. Y con la compasión que el nihilista también negaba, de la cual casi no tendríamos que echar mano en este modelo... utópico. Ah, como buen hombre de ciencia, siempre veo la misma objeción que Marx.

Dijeron que «Dios había muerto», erraron. Que muera el Estado y nos llevaremos por delante, por fin, a las divinidades. Antes de que nos maten a nosotros.

JM

viernes, 15 de agosto de 2014

CRÓNICAS DESDE LA RESISTENCIA: CUBA, EL ESTADO FALLIDO Y EL BLOQUEO GENOCIDA

Siempre comienzo los artículos con excusas, este no va a ser la excepción a ninguna regla. Ojalá el blog no hubiera quedado relegado a alguna aportación ocasional como las que suelen describir mis viajes, pero a una complicada etapa personal se le han de sumar nuevos retos profesionales en la abogacía social y, especialmente, la cercana edición de mi primera novela junto a la eventual rúbrica de la publicación de la segunda. En esa esperanza nos movemos últimamente. Porque todavía quedan muchas cosas por las que luchar y resistir. Empezar de nuevo una y mil veces decía hace no tanto y, de una forma u otra, yo estoy en ello.

Precisamente, ese evocador vocablo de "resistencia" ha de servir de necesario prólogo para esta entrada. Y es que pocos estados han representado esa sublimación de negarse a la derrota como Cuba. Un lugar donde los principios no se negociaban después del alzamiento del 59, o sí... desde la crisis del 93 doy por seguro que todo se negocia allí.

La iconografía de Cuba viene indeleblemente de la mano de sus dos figuras revolucionarias: Ernesto Guevara y Fidel Castro. Pretéritos ambos. Y no estoy seguro de que el símbolo universal del irredento idealista estuviese plenamente de acuerdo con lo desarrollado por su antiguo compañero de batallas desde Sierra Maestra, donde la confianza tampoco regía su vínculo. Tras la derrota de Batista y después de renunciar a los cargos y responsabilidades que tenía en Cuba, el Che se fue a librar una guerra en Bolivia que nunca pudo ganar, como bien demuestra el completo diario de su última epopeya, editado mil y una veces en ese intento de exportar la revolución a toda Latinoamerica. Singularmente recomendable su publicación por parte de la Editora Política de La Habana en 2004, no por la imparcialidad desde luego, si no por la gran cantidad de información concurrente que permite, con el necesario distanciamiento, entender la realidad de lo acaecido en octubre de 1966. Cuando murió la persona y nació el mito.


La realidad es que a partir de ahí, y de forma exponencial tras la caída de los soviéticos que sostenían en enorme medida el país, podemos decir que Cuba es un estado fallido. Ese epíteto ha sido cíclicamente atribuido a lugares tan dispares como Liberia, Haití o Bangladesh y, aunque sin parangón con la situación límite de tales latitudes, creo que podemos atribuirle idéntica condición a este rincón del Caribe. El sueño socialista se ha transformado en pesadilla, y la razón principal se encuentra en el imperio que se erige a poco más de noventa millas de sus costas. 



No será afán de estas líneas intentar defender la menos mala de las pésimas aplicaciones de políticas marxistas a nivel estatal -y lo hago sintiendo rubor de que sea por quedar fuera de las purgas y gulags, que seguro que una de las teorías sociales más brillantes de la historia nunca pudo imaginar-, pero pocas opciones quedan para una economía de diez millones de personas con el bloqueo del capitalismo yanqui. No olvidemos que hablamos de una zona donde solo los que se han rendido a las ínfulas colonialistas de las barras y estrellas respiran un cierto bienestar. Desde su imposición en los años 60, el bloqueo genocida ha supuesto 21 condenas de la ONU, y en su última "renovación" solo contó con el apoyo de EEUU, Israel, y unas islas en mitad de Filipinas denominadas Palaos… mucho podría hablar del aliado sionista estos días y poco de ese archipiélago que acabo de conocer, pero qué difícil es ponderar la valía de un determinado modelo político cuando han pasado tantos años sin comercio con los norteamericanos ni sus filiales extranjeras, por no hablar de la


presión intrínseca y sibilina que debe experimentar cualquier importador-exportador de otros estados. Y algo de eso sé de primera mano. Igualmente me repulsa ver una tierra tan bella gobernada por un militar, que aún encima quiere adoptar medidas capitalistas cuando la mayoría de su población cobra unos 20 dólares de salario mensual.




Sin embargo, por encima de toda esa complicada madeja de intereses económicos y ejercicios vindicativos por hechos de hace más de medio siglo, la isla de Cuba es mágica. Se trata de una especie de paraíso terrenal con cimientos destrozados por doquier, nada funciona bien entre los ruinosos edificios de La Habana... ni en Matanzas, ni en Santa Clara, ni en Cárdenas, y me cuentan que en Santiago de Cuba no están mucho mejor; salvo la alegría endémica de sus habitantes y su capacidad de oratoria tan polisémica. Y aquí habría otro apunte que hacer: a una amabilidad desmedida, y muchas veces fingida, se le une la indisoluble desconfianza del interés económico en tu persona. No podía ser de otra forma en un estado donde la mayoría de sus habitantes se levantan cada día para ver cómo pueden arañar unos cucs al turista. Normal y consecuente con su situación, yo sería el primero.










Aunque tampoco éramos los visitantes idóneos para ello.














Este país multicolor conjuga las vetustas arquitecturas coloniales sorteadas por grandes avenidas con suburbios de planta baja y tierra por calzada, la masificación de hoteles y resorts "todo incluido" a la vera de aguas cristalinas con arenales vírgenes despoblados de oriundos ofreciéndote transporte o sexo, o las dos cosas a la vez. Y todo ello lo debes de ver subido en cualquier Plysmouth del 56  o Chevrolet Bel Air del 52, en lo que seguro es una de las señas más bellas y distintivas de la nación, tanto como resultado de la fina ironía: los viejos coches americanos con más de seis décadas a sus espaldas. Como el embargo norteamericano. Conmigo lo tenían muy fácil para enamorarme. En mi experiencia de eviterno viajero me llevo sus viejas pedaleras, una carretera literalmente llena de cangrejos cerca de Cayo Santa María y la luna que mas he visto brillar en mi vida, arrojando una luz sobrenatural a la solitarias arenas de Playa Blanca.





En un último ejercicio de síntesis, también me guardo los contactos de mucha gente. De la que ya no tiene tiempo para alimentar sus ideales porque ha de alimentar su boca, y ahí su drama común se resume en una población preparada con estudios superiores en una proporción admirable para sus circunstancias, pero sin una retribución económica que permita la subsistencia digna sin encontrar réditos "por la izquierda". Ahogados por las propias restricciones del gobierno que se ve incapaz de abordar con laxitud al enemigo yanqui, al imperio que lo libró de otro imperio hace más de dos siglos. Pero, amigos cubanos, todos los imperios caen. Este no será la excepción.

JM


domingo, 22 de junio de 2014

START: EMPEZAR UNA Y MIL VECES.

¿Qué tienen algunos seres humanos que les permite levantarse una y mil veces después de cada golpe de la vida? ¿Cómo pueden asumir en semejante estado de ataraxia las perdidas de los seres queridos, las traiciones, la mala suerte endémica, el quebranto sistemático de su salud, y toda esa maquinaria que cercena los sueños por no disponer de suficientes numeritos en el banco? Mientras el resto nos compadecemos de nuestro desafortunado sino, de la gente mala con cara de buena y de los buenos con cara de malos; porque esos se han ido para no volver.

Entendí que yo también estaba lejos de quién debiera ser, de aquel que jamás lamentó perder. Un buen día le tuve que pedir consejo: "¿cómo puedo parecerme a ti?, ¿al hombre que no veo en el espejo?"

El que siempre estará a nuestro lado me dejó una única frase: "Ama todo lo que no te hará amado".

Así que si un día os encontráis con uno de estos seres tan extraordinarios, con los últimos violinistas del Titanic, uníos a su banda y tocad junto a ellos. Tal vez en el futuro lleguéis a convertiros en otro  héroe sin honores. Y todo tendrá finalmente un sinsentido.

START

JM