domingo, 9 de junio de 2013

CRÓNICAS DESDE LA RESISTENCIA: BERLIN CALLING

Aguantar un blog es como aguantar tantas otras cosas en la vida. Lleva implícito esa primera acepción semántica de la RAE de "sostener", de "no dejar caer", tanto como la tercera sobre "resistir", "soportar"; sinergia de significados que deberían converger en su definición más negativa,"tolerar algo a disgusto". Sin embargo y curiosamente, lo que se aguanta en tal sentido por mi parte, es dedicar mi tiempo y mis teclas a fines de otro tipo, encorsetados en esa dinámica profesional que te habían prometido como sino vital y que inexorablemente es asumida por la generalidad como Imperativo Categórico.  "Fuck you, not us" decía Keith Morris en "American Hardcore". Y esa sigue siendo mi modesta aspiración cotidiana, hoy traducida en unas pequeñas líneas en este olvidado blog... porque los actos subversivos tendrán que esperar tiempos mejores.

Estaba muy pendiente una crónica de mi viaje a Berlín. Tan pendiente, como lejana en el tiempo para hacer un croquis fidedigno de mis días en la capital alemana por aquel octubre de 2012; así que redactaré desde el recuerdo, desde las sensaciones, e impregnado por esa neblina constante que nos despertaba cada fría mañana en el Grosser Kursfüst. 

Nuestra llegada fue casi pasada la media noche, y de esa manera cumplimos una de mis fobias favoritas en cualquier viaje. No nos salimos del guión establecido, salida a AlexanderPlatz, uno de los símbolos regios -si se me permite la ironía conceptual- del Berlín Comunista. Tan soviético como esperaba, grandes espacios abiertos salpicados por imbricaciones geométricas de hormigón circunvalando la llamada TV Tower. Primer currywurst y al hotel. Mi fobia, citada anafóricamente, concluyó en la mala noche de rigor...



...Y en una buena mañana! Donde recuerdo que nos lanzamos a por el alquiler de dos bicicletas, víctimas de ese trending provinciano que te lleva a pedalear cada vez que llegas a una gran capital europea. A pesar de todo, tanto Berlín, como Londres, como Amsterdam son perfectos para tal medio de transporte. Por ello y gracias a las grandes avenidas de nulo desnivel, ingente carril-bici y respeto exquisito de los vehículos motorizados, llegamos rápidamente a Postdamer Platz. Allí nos reuníamos con una persona que conocía perfectamente la historia del Berlín Este, anhelo principal de mi viaje y puedo decir que no defraudó. 

Esbozar aquí el génesis de la segregación de la ciudad se antoja excesivo. Valga a efectos introductorios, que como consecuencia de la toma conjunta de Berlín en la II Guerra Mundial por parte de los aliados y los comunistas -curiosamente se les suele excluir de la Alianza cuando fueron condición sine qua non para la caída de Hitler-, se realizaron unas divisiones soberanistas que con el paso del tiempo fueron un insoslayable reflejo de dos mundos, dos bloques, y con un Muro en medio. El Berliner Mauer, denominado oficialmente «Muro de Protección Antifascista» por la RDA, o también «Muro de la vergüenza» por parte de la opinión pública occidental, a gusto del consumidor vaya. Fue parte de las fronteras interalemanas desde el 1961 hasta 1989, donde su demolición significó el fin de la Guerra Fría y tantas otras cosas más.





El Muro de Berlín se vino abajo de forma definitiva en la noche del jueves 9 de noviembre de 1989,  28 años después de su construcción. La apertura del muro, conocida en Alemania con el nombre de die Wende (El Cambio), fue consecuencia de las exigencias de libertad de circulación en la ex-RDA y las evasiones constantes de su población. El líder de la RDA, Erick Honecker, renunció  al cargo en octubre de 1989 y, sin su figura, el régimen no pudo seguir refrendándose como alternativa en la incipiente Unión Europea.







Berlín Este nada tiene que ver con nuestras habituales connotaciones sobre Alemania y su cultura. Con Mitte a la cabeza, es una suma de bloques de viviendas de herencia racionalista y funcional, a través de la corriente creada por la Bauhaus. La construcción modular se puede adivinar incluso en los ojos de un lego en la materia como yo, y da lugar a hermosos patios donde se han implementado todo tipo de talleres, pequeños comercios artesanos y una vida social digna de conservar en una gran urbe. En nuestra ruta también nos encontramos con los vestigios de Tageles, la emblemática casa okupa que todavía se erige como un símbolo; recordándonos que en aquellas latitudes se encontró el germen del movimiento Okupa, agrupando una gran variedad de ideologías que justifican sus acciones como un gesto de protesta política y social contra la especulación que continuamente lastra el acceso a una vivienda digna.

Tampoco podía dejar de mencionar el impacto que nos causó la Karl Marx Allee, tanto por concepto como por infraestructura. Liberada ya de su nomenclatura estalinista, su desarrollo hace honor a la ideología y no al genocida. Los llamados "Palacios para el pueblo" se extienden orgullosos a través de casi dos kilómetros de largo, conformando una especie de boulevard comunista, el cual, si bien pudo ser edificado en aras a un enésimo ejercicio de propaganda gubernamental, cristaliza ese viejo sueño "naif" de que, con un reparto equitativo de los medios productivos, todas las personas podrían disponer de una vivienda que ahora parece exclusiva de las posiciones preeminentes en la superestructura económica. Recorrer todo el fausto que exhibía aquella gran avenida con sus vertiginosos edificios, asumiendo que allí habitó la clase proletaria, me demostró que las construcciones físicas suponen un esfuerzo pírrico al lado de las construcciones sociales. 


Además en uno de sus patios interiores pude descubrir un viejo Trabant, el coche al que accedían los habitantes del Este tras una lista de espera de 10 años.


Pasaron los días y cambiamos de mundo.



Berlín Oeste estuvo durante su vigencia en manos de los tres aliados occidentales, y en consecuencia sólo los aviones de Estados Unidos, Reino Unido y Francia surtían de capitalismo a aquella isla sin mar en medio de la RDA. Las continuas subvenciones y el inveterado apoyo por parte de las potencias occidentales convirtieron el "Ich bin ein berliner" de Kennedy en un dogma irredento ante la amenaza soviética. En la actualidad, alberga la infraestructura gubernamental de Alemania, y por ende, la nuestra; con un Bundestag digno de ver a nivel arquitectónico, pero inánime después de nuestra "experiencia socialista". Su paisajística es tan opulenta como olvidable. Y como bien decía, escribo estas líneas a golpe de recuerdos.




No obstante, la historia de Berlín no se ciñe a una dialéctica entre sistemas económicos, ni a una segregación poblacional por decisiones soberanistas encontradas. El antecedente de todo ello es el Horror, estábamos sobre el tablero de ajedrez donde concluyó una guerra que se llevó 50 millones de almas. Una guerra que se libró por las tendencias psicopáticas de un genocida y con la inexplicable aquiescencia de una población coetánea a la República de Weimar, adalid de la justicia social. Tamaña sinrazón hace que la ciudad, y en especial esta parte Oeste, sea un recuerdo permanente de la barbarie, y disponga con una mezcla de repulsa y vergüenza de todo tipo de "tótems" para que el visitante genere su más absoluta consternación casi 70 años después.



Ojalá tuviese más tiempo pero he de terminar mi relato, de la misma forma que se terminan mis escasas horas libres de domingo.

En definitiva, Berlín es un lugar poliédrico, con una historia apasionante y terrible, y con un presente joven, reivindicativo y acogedor.  Si en 1979 hubo un London Calling, yo en 2012 descubrí el Berlin Calling. Una llamada agridulce, un suspiro en aquella neblina emanada por los efluvios del Spree, una caricia de una mano siempre fria y un abrazo fulgurante en todas sus acepciones, que brilla, te quema intensamente...y se va. "De esta manera seguimos avanzando con laboriosidad, barcos contra la corriente, en regresión sin pausa hacia el pasado."