jueves, 8 de agosto de 2013

CRÓNICAS DESDE LA RESISTENCIA : REAL NEW YORK. MANHATTAN (I)

Yo ya había estado en Nueva York muchas veces, incluso podía decir que de alguna forma era un segundo hogar. Andaba por sus calles de la mano de Spike Lee, de Scorsese, de Travis, de Fitzgerald , de Gatsby, de Allan Poe, de Warhol, del Rat Pack, de los Ramones, de Cro-Mags, de Agnostic Front, de la DMS, de The Horrorist, de los Knicks, de los Giants... Infinidad de veces había subido al Empire State, al Chrysler o al Rockfeller Center, crucé el Puente de Brookyln, monté en la noria de Coney Island y volví por Queens hasta la 160th en el South Bronx. Es así. Nueva York forma parte de nuestras vidas y muchos ni habíamos puesto un pie en la ciudad. Mi deuda con ella ha quedado saldada.



En un viaje reiteradamente postergado, un viejo amigo, emigrado a New Jersey como buen gallego, consiguió los días libres para ser un anfitrión decente a mediados de julio. Dejé todo a medio hacer en Barcelona, proyectos personales y profesionales que tenían que esperar si no eran egoístas. Y aunque seguro que lo eran, había dicho que "no podía ser" muchas veces y ya temía la máxima del Sr. Fitgerald: "american lives don´t have second chances".


El 19 de julio aterricé en JFK después de un viaje infernal con American Airlines, compañía  desaconsejada para vuelos transoceánicos y que está muy lejos de ser premium en el Holdem aéreo. El enfrentamiento con todo el despliegue policial de ingreso en los States resultó de lo más decepcionante. Ninguna pregunta incisiva, un trato correctísimo, ausencia total de registro... en definitiva, un control tan displicente o riguroso como en cualquier otro sitio. No quedó nada de su leyenda negra.
A la salida de la T8 fui bienvenido por 40 grados celsius y un tipo escuálido, que hacia años que no veía, subido en un Jetta. Mi alfombra roja era el pavimento humeante.


Pasé las primeras noches en el barrio de Chelsea, en Manhattan. Bien situado y sin especiales pretensiones, me sirvió de referencia para ver el Nueva York más conocido y, tal vez, repudiado. Recorrí todo el skyline que lleva impertérrito -salvo célebres excepciones- desde casi hace un siglo, Empire State, Rockfeller Center, Flatiron... ofrecen la perfecta dimensión de lo que allí acaeció en los albores del siglo XX, y al respecto tengo que explicar algunas de las sensaciones que me traje de vuelta en la maleta: la ciudad, a ritmo de pulsiones migratorias, se convirtió en la capital del mundo y acogió a poblaciones de todo el globo con base en promesas de prosperidad menguantes en la Vieja Europa. Lo que sucedió en aquellos años ha llegado a través de muchas formas y vínculos a nuestros días, pero es absolutamente necesario pasear por las calles de Manhattan y atender a cada rincón para entender nuestro más inmediato referente histórico y cultural. Porque la realidad es esa. Nuestra -insisto en la primera persona del posesivo-  influencia vital viene inexorablemente marcada por una creciente americanización del planeta tras dos guerras mundiales de las que salieron, podemos decir, casi impolutos. Y a su vez, tal tendencia tiene su antecedente en la forja de esta ciudad, la que nos recuerda que un 36% de sus habitantes son de estados-naciones extranjeros y la que conforma un crisol de culturas aparentemente orgulloso tras el gentilicio de "new yorkers". 

Optando por una posición aséptica, resulta fácil identificarse con este trozo de Estados Unidos: población heterogénea, ciudad que nunca duerme, cuna del jazz, del hip hop, del punk, del hardcore, del expresionismo abstracto y un larguísimo etcétera, conjugado con nuevos valores enfrentados con el sector republicano del país como el matrimonio para los homosexuales, control exhaustivo de la posesión de las armas. Es que hasta la investidura del tal Obama en Times Square nos causo una cierta expectación naif. Sin embargo, rascas y sale la mugre. Su presidente sigue siendo un títere que no ha logrado cerrar la mayor vergüenza de la historia de Occidente tras la la locura nazi, Guantánamo claro, y Nueva York no escapa a los clichés yanquis que tanta esquizofrenia y prejuicio provocan. En una sociedad exponencialmente competitiva y con una nimia inversión social, tildada de siempre como comunista y antiamericana, puedes captar rápidamente la polarización de sus ciudadanos. Todos bajo las barras y estrellas. Su capital también padece de la falta de cobertura médica, de Monsanto, de la cultura del "attorney", del "high school" y de un Dios cuya relativización identitaria ha facilitado una especie de secularismo religioso que atiende a razones divinas para mesurar las miserias humanas. De ahí que sean una sociedad tan profundamente desmesurada. Si en los soportales del Madison Square se amontonan “homeless” bajo harapos, mientras en su interior Carmelo Anthony machaca un aro a razón de 25 millones de euros anuales, tenemos que seguir sintiendo vergüenza. Y ese mal endémico ya hace mucho que ha sido extrapolado a nuestro ámbito doméstico. Nadie puede señalar con el dedo.

De todo este ex curso relatado lo más representativo es Times Square. El estandarte de lo que Reagan llamaba equivocadamente "Evil Empire". Más que de una plaza, se trata de una confluencia de calles y avenidas en una vorágine de neones y estrés consumista, alternándose los establecimientos comerciales con los musicales adyacentes de Broadway, probablemente en la misma consonancia mercantil. Entre el jet lag, la citada ola de calor y las mareas humanas que se capilarizaban por todas partes, solo anhelaba salir de allí.


Y qué mejor lugar de recogimiento que los pies del Empire State. Brutal, aunque me siga quedando de largo con el art decó del Chrysler.


Las jornadas venideras transcurrieron en el eje del Lower Manhattan y sus contrastes. De Chinatown a Little Italy en un paso, o más bien, a la calle que queda de ella, y de allí al Soho, barrio pujante de la escena neoyorkina que no acabó de transmitirme buenas sensaciones. En contraposición, Greenwich Village parecía ser un Soho desprovisto de snobismo. En todo caso, mi ponderación es absolutamente neófita y desde la posición del mero transeúnte que echa un vistazo en los escaparates. Mira pero no compra.


Harlem, en cambio, me suponía adentrarme en esa Nueva York tantas veces idealizada. Con sus correspondientes connotaciones objetivas y subjetivas. Y las de el barrio del jazz vienen marcadas de nuevo por el cine. La realidad es que el área atraviesa por un proceso de gentrificación que ha establecido el acento latino en las partes situadas más al suroeste. El, ahora llamado, "Spanish Harlem" es un amalgama de pequeños bulevares con bares, terrazas y un ambiente sin aspiraciones. Al otro lado, cuanto más te acercas a la 148th, todavía puedes adverar el ingente porcentaje de población afroamericana. Personalmente, cogí la línea 1 desde la 28th hasta llegar a Harlem Street y de ahí fui bajando hasta la 110th. 

Era inevitable ir mirando a todos lados cuando cruzabas los semáforos rodeado de gente negra, en bicicleta, con bandanas o cualquiera de los estereotipos estúpidos que haya sido capaz de imbuirte Hollywood. Porque no tuve el más mínimo problema mientras dejaba atrás lugares tan emblemáticos como el Teatro Apollo a través de la Malcom X Street. Donde no hace tanto se tocaba jazz exclusivamente para blancos. Afortunadamente, ahora podía ser yo el invitado puntual en espectáculos para negros.












Próximamente, Distrito Financiero y Brooklyn.

JM

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