miércoles, 18 de mayo de 2011

CRÓNICAS DESDE LA RESISTENCIA: EL MODELO HOLANDÉS SOBRE DROGAS


¿LEGALIZACIÓN O DESPENALIZACIÓN?
Cuando se habla de la legalización de las drogas, existen dos discursos posibles y que tal vez, desde una motivación común ofrecen soluciones bastante antagónicas.
En ese sentido estaríamos diferenciando entre legalización y descriminalización. La primera abogaría por el derecho de cada individuo a elegir si quiere consumir o no sustancias estupefacientes bajo una reglamentación regulada que podría aplicar tipos impositivos a imagen y semejanza del tabaco y el alcohol; ello indubitadamente acabaría por asimilarlas socialmente también de la misma forma.
En cambio la descriminalización nos situaría en un plano donde el consumidor dejase de ser considerado como delincuente, potenciando su rol de víctima y apostando por políticas de reducción de daños. Lamentablemente la venta seguiría en la mayor cantidad de ocasiones en la más absoluta ilegalidad, y por lo tanto las lesiones colaterales que actualmente produce el narcotráfico seguirían en plena vigencia. El modelo aquí sería una palmaria reducción de efectos perjudiciales extensible al ámbito jurídico y no solo del consumo controlado.
MODELO HOLANDÉS
Este último modelo con unas cuantas singularidades fue el escogido en su día por Holanda. Desde 1976 aquel país permitía ciertas concesiones en cuanto a la venta y consumo de cannabis y derivados. Es a partir de los años 90 cuando, con el auge de la UE, tal política alcanza su clímax y repercusión internacional. Personalmente visité La Haya y Amsterdam en el año 99, en ese instante la tolerancia estaba en un nivel superior al actual.



En los coffeeshops, además de obviamente suministrar cannabis y derivados, permitían beber alcohol, y en los smartshops se hallaban drogas alucinógenas de carácter natural tan potentes como el peyote. El modelo se encontraba en su punto álgido y había una sensación en ciertos colectivos extranjeros de que no tardaría en trasladarse a sus fronteras.
A partir de aquí, ante un palmario “turismo de la droga” y las presiones ejercidas por países limítrofes como Alemania, las restricciones sobre el consumo y venta de sustancias estupefacientes han sido constantes, hasta en la actualidad haber prohibido el consumo de hongos alucinógenos (otro símbolo de aquella iniciativa) y estudiarse el cierre de los famosos coffeeshops, donde ya no se permite la mentada venta de alcohol, lo cual hace reducir drásticamente su servicio recreativo con una clara merma en la afluencia de clientes. Detrás de todo ello se esconde indubitadamente la falta de una legislación semejante en los países vecinos y una potencial falta de soberanía nacional en el entorno de la UE, donde las directivas comunitarias se imponen cada día sobre gestiones de autogobierno. A mediados de los 90 las autoridades holandesas no podían imaginar que en el contexto actual las naciones europeas seguirían manteniendo una política represiva en torno a las llamadas “drogas blandas”, y ese ha sido el problema de la viabilidad actual de aquella iniciativa. En este instante, tan solo la República Checa ha legislado favorablemente y permite la tenencia de hasta 15 gramos de cannabis y derivados, e incluso 1,5 gramos de heroína sin multa administrativa o ilícito penal derivado.




Agregado a ello, la coherencia de Holanda no ha sido la deseable en la mercantilización de la actividad de venta del cannabis, y es que, curiosamente el aprovisionamiento por parte de los coffeeshops de mercancía sí que puede ser perseguido penalmente, y se encuentra en una situación de absoluto descontrol, favoreciendo la aparición de mafias y movimientos de narcotráfico trasnacionales que poco tienen que ver con la imagen que se representaba del particular en los 70, notoriamente más ingenua e idílica. Esa especie de vacío legal dejaba el cultivo y transporte de grandes cantidades a los mismos individuos que operan en el narcotráfico mundial, y resultaba difícil de justificar dada la permisividad histórica holandesa que ante la fuerte oposición represiva mundial ha tenido que mirar para otro lado.

En la actualidad solo países como España, Portugal o Italia permiten la tenencia para consumo personal en el ámbito privado, lo que equivale a decir según nuestra jurisprudencia que cualquier tenencia no amparada por la Ley es ilícita ya sea a nivel administrativo o incluso penal. La traducción pragmática de esto viene siendo que el consumo en domicilio en ningún caso puede ser objeto de sanción pero que el transporte urbano aunque sea en dosis ínfimas si puede ser multado; mientras naciones con tanta influencia en la UE como Francia o Alemania no han variado un ápice su hipocresía política en cuanto al particular.

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