
Contemplo horrorizado la dinámica belicosa
que se está desarrollando en tantas localizaciones durante los últimos meses. Y
no es un patrimonio exclusivo de estados en vías de desarrollo o
subdesarrollo. Ahí tenemos a los europeos de
facto: ucranianos y rusos matándose entre sí, y llevándose por delante
existencias tan ajenas como las que iban en el vuelo de Air Malaysia.
Debiéramos entender que cualquier atrocidad que suceda en cualquier latitud
terrenal tiene sus consecuencias para todos, SIEMPRE, aunque demasiadas veces no las percibamos. Compartimos especie.
Y por eso, con apariciones tan
fulgurantes como la del Estado Islámico, no diferente en exceso del «For God and
country» estadounidense, pienso en qué poco hemos escuchado el «Dios ha muerto».
Aunque el aforismo fuese acuñado antes por Hegel, recogía el supuesto paso a la
modernidad, la derrota de lo apolíneo frente a lo dionisiaco, y no por falta de
virtudes del primer atributo, si no por su intangibilidad en un mundo donde la moral de los esclavos se contenta con
una recompensa ulterior meramente ficticia. El cristianismo obliteró valores
naturales para colocar por encima lo pecaminoso y la culpa, y cuando poco a
poco parece que íbamos sacándonos el lastre de esa herencia judeo-cristiana,
llegan nuevos cruzados, pero esta vez con turbantes y ak-47. Al otro lado
también hay estrellas de seis puntas marcando objetivos civiles en Gaza. El
budismo parece demasiado digno e higiénico para compararse a estas creencias. Y, con todo esto, algunos iluminados decían que ya estábamos en el postmodernismo. Mismamente, Tom Wolfe señaló hace una década que con la neurociencia se mataría el alma, y hoy seguimos
remitiéndonos a nuestro supuesto lado incorpóreo cuando queremos hacer trascendente un
simple comportamiento humano guiado por mecanismos neuronales con sus
correspondientes sinapsis.
A finales del siglo XIX, Nietzsche, el Polaco -como le hubiera gustado que le llamasen-, sintetizó varios conceptos dentro de su caótica obra y exposición, que han de
cobrar renovada vigencia cuanto antes. Y nada más lejos del torticero uso que
le dio el nacionalsocialismo germánico. Una nueva transvaloración de los valores ha de llegar, si en su día se
pretendió renegar de la falaz vida tras la muerte para afrontar los acometimientos de lo
real, y parece que más de un siglo después el éxito ha sido nulo, debemos
volver a alzarnos contra cualquier resquicio de religión que sirva de excusa
para acabar con nuestro devenir terrenal. Pero hay mucho más, no sé si Nietzsche
leyó a Stirner, seguramente sí por proximidad geográfica y temporal, pero
ambos nos recuerdan la necesidad de sublimar el YO cuando el Estado no
funciona. Así, las asociaciones de egoístas,
como fueron denominadas por el segundo, vendrían a significar bajo mi modestísimo punto de
vista el verdadero übersmench acuñado por el primero. Se equivocaron al traducirlo como superhombre,
porque según he podido comprobar en alemán estaríamos hablando de sobrehumano, algo inalcanzable para un
solo ser. Y como lo humano ha demostrado estar bajo el control de banderas, o
símbolos tan estúpidos como una cruz o una media luna, considero que el
verdadero superhombre solo puede
venir de la mano de la colectividad anarcoindividualista. Así de apasionante:
dos conceptos en aparente contradicción que se unen para dar la razón a muchos de los apuntes del viejo Nietzsche. Como él proclamaba: fuera culpas, remordimientos,
sentimientos vengativos y demás atribuciones morales serviles... y que esa voluntad
de poder, que creyó ver indeleble en nuestra especie,complementando las teorías
evolutivas de Darwin, se satisfaga dentro de la creciente autogestión de
personas con orgullo intrínseco por considerarse tales. Aceptando su carácter perecedero en eterno retorno. Sin filias ni
fobias: sin dioses. Juntos y egoístas. Conquistando espacios cada vez más
grandes. Y con la compasión que el nihilista también negaba, de la cual casi no
tendríamos que echar mano en este modelo... utópico. Ah, como buen hombre de
ciencia, siempre veo la misma objeción que Marx.
Dijeron que «Dios había muerto», erraron. Que muera el Estado y nos llevaremos por delante, por fin, a las
divinidades. Antes de que nos maten a nosotros.
JM
JM